Francia desempeñó un papel crucial en la Primera y Segunda Guerra Mundial, tanto por su ubicación estratégica como por su influencia política y militar. Estos conflictos dejaron huellas profundas en su historia.
En la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Francia fue el escenario principal del Frente Occidental, donde ocurrieron batallas icónicas como la de Verdún y la del Somme, que simbolizaron la resistencia francesa frente a las Potencias Centrales. Como miembro de la Triple Entente, Francia trabajó estrechamente con Reino Unido y Rusia, liderando esfuerzos para contener la ofensiva alemana. Al final del conflicto, jugó un papel destacado en la redacción del Tratado de Versalles (1919), que impuso severas sanciones a Alemania y devolvió a Francia las regiones de Alsacia y Lorena. Sin embargo, el costo fue alto: el país sufrió la pérdida de 1.4 millones de soldados y graves daños materiales en su territorio.
En la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Francia enfrentó nuevamente la agresión alemana. En 1940, tras la ofensiva relámpago de Alemania, París fue ocupada y el país se dividió en dos zonas: una bajo control alemán y otra bajo el régimen colaboracionista de Vichy. A pesar de ello, surgió la Resistencia Francesa, que realizó actos de sabotaje y apoyo a los Aliados, mientras el general Charles de Gaulle lideraba el movimiento de la Francia Libre desde el exilio en Londres. La liberación comenzó con el Día D, el desembarco aliado en Normandía el 6 de junio de 1944, que culminó con la liberación de París en agosto de ese año.
En ambos conflictos, Francia sufrió grandes pérdidas humanas y económicas, pero emergió como una potencia clave en las alianzas internacionales de la posguerra. Su resistencia y sacrificio marcaron su historia y su papel en la reconstrucción de Europa.