Nacida en 1755 María Antonieta Josefa Ana de Austria, vivió siempre rodeada del lujo suntuoso de la corte de Viena, colmada de atenciones y del cariño de su padre el emperador Francisco I y de su madre la emperatriz María Teresa.
Fue así que María Antonieta, Reina de Francia tuvo una vida llena de magia, lujo, escándalos y un final trágico bajo el afilado peso de la guillotina.
Con sólo catorce años, el 16 de mayo de 1779 se casaba con el delfín de Francia Luís quien asumiría el trono en 1774 con el nombre de Luís XVI. Una boda que estuvo colmada de desfiles, magníficas fiestas y solemnidades.
Sin embargo, María Antonieta no amaba a su marido y siempre se lo hizo notar, además era una mujer joven y vital muy poco ligada a la santidad luego de casarse comenzó a salir por las noches sin ser vista, algo que pronto pasó a ser conocido por el pueblo quienes la consideraba el vivo ejemplo del desenfreno con sus extravagancias y constante búsqueda de placeres mundanos.
La prensa no oficial la pintaban con un ser depravado y todo tipo de calumnias comenzaron a salpicar peligrosamente su trono. Su lista de amantes era extensa igual que sus excesos en todo sentido que la hicieron conocida entre el pueblo con el adjetivo despectivo de «la austriaca».
María Antonieta era considerada un mujer voluble y frívola con gustos sumamente caros y lo peor de todo, rodeada de un grupo de personas intrigantes que junto a su conducta despilfarradora y con una marcada influencia política en su marido, pronto le hicieron ganar el título de reaccionaria.
Al caer la monarquía ya no existía la posibilidad de un reencuentro entre el pueblo y su rey. Asimismo, el intento de huir de los monarcas sólo logró acentuar la ruptura, así el país les dio la espalda a sus reyes.
María Antonieta junto con su esposo fueron encarcelados y sus hijos fueron apartados de su lado. Su esposo fue ejecutado en 1793 y ella trasladada a la Conciergerie donde pasó siete meses encerrada.
Sometida a un proceso y tras tres días de deliberación fue declarada culpable de alta traición y condenada a muerte.
El 16 de octubre de 1793, fue exhibida en carreta por París ante los ojos del pueblo y de Jacques-Louis David, conocido como «el pintor de la Revolución».
Su dramático final fue pintado por David quien se instaló ese día en la terraza del café La Régense en la calle de Saint-Honoré, realizó un retrato natural de la reina María Antonieta cuando se dirigía camino del patíbulo.
Para el pueblo que la contempló en el día de su muerte María Antonieta era la encarnación del mal, en tanto que para otros fue una mártir símbolo real de la entereza y majestuosidad.
Una de las reinas más bellas que tuvo Europa moría ese día totalmente transofrmada físicamente y quebrada en su espíritu ya no era más la primorosa joya de Francia.